Primer romance de D. Francisco Ayala.
Hablando están mano á mano.
En la puerta de una casa,
Don Joaquín de Garcilaso,
Que era comandante en Cuautla,
Con un campesino honrado,
De nombre Francisco Ayala.
Era arrogante el primero,
Duro en gestos y en palabras:
El segundo, aunque fungiendo
De jefe de la Acordada,
Por noble y por bondadoso,
De cariño disfrutaba.
Aborreciéndole sólo
Malhechores y canallas,
A quienes activa guerra
Les declaró en su comarca.
Amor á los insurgentes
Guardaba en secreto su alma;
Así, cuando Garcilaso
Le dijo: “Vuestra Acordada
“Sígame;” puso pretextos,
Y en su misión se encerraba,
Rechazando los mandatos,
Repeliendo las instancias,
Encendiendo fieros odios
En el jefe de las armas,
Que temiendo su prestigio,
Rabioso disimulaba.
“Yed lo que hacéis, don Francisco”.
Dijo, con voz alterada
Garcilaso….”Ya lo he visto,”
Respondió sonriendo Ayala.
Garcilaso era valiente,
El otro no teme á nada:
Cual movidos por resorte
Los dos se vuelven la espalda:
El uno á su puesto vuelve
Llamando en su auxilio infamias.
Para al rencor que le inquieta
Quitar sagaz toda traba,
Y á sus jefes y vecinos
Su conferencia delata.
Don Francisco, descuidado,
Entra gozoso en su casa,
Donde contenta le espera
Su esposa, que le idolatra,
Y do traviesos sus hijos
De sus rodillas se abrazan.
Y como tras bello arcoíris
Nubes pavorosas se alzan,
Así, en presencia del cuadro
De la familia de Ayala,
Nacieron presentimientos
Oscureciéndole el alma.
Segundo romance de Ayala
I
“Pasad, pasad, caballeros,
“Tomad asiento en mi mesa,
“Que son buenos los manjares
“Cuando es buena la apetencia.”
Tal dijo Francisco Ayala
A dos que están á la puerta
De la chocilla de paja
Que es do Mapaxtlan le alberga.
La esposa de pié se pone,
Los unos asombro muestran.
Los extraños se dirigen
Unas miradas siniestras,
Y el uno lanza un silbido
Que sirve de contraseña.
II
El Comandante Moreno,
Vencedor en Xalmolonga,
Encontróse en un cadáver
Que destrozaron sus tropas,
Cartas para Ignacio Ayala,
Ya conocido patriota;
Y conservando del nombre
Sólo confusa memoria,
Según como Garcilaso
Lo habló en sus últimas notas,
A Mapaxtlan se dirige
Embriagado por la cólera.
Se embosca, y como sabemos,
Manda á Ayala dos personas....
La contraseña se escucha,
Rompen el fuego las tropas;
Las balas que penetraban
En la deleznable choza,
Silban, doquier alcanzando,
Rompen el seno á la esposa
De Ayala, que agonizante
En sangre propia se ahoga.
Levántase éste furioso,
Amartilla sus pistolas,
Y hollando, de rabia ciego
A lo que más ciego adora,
Embiste, mata, rechaza.
Empuja y dispersa la ola
De destrucción y matanza
De la canalla traidora.
Al punto que se retiran,
Ayala en su corcel monta
Y desparece, dejando
Silencio, terror y sombras.
Los de Moreno resuelven
Ponerle fuego á la choza,
Y huyen, temiendo regrese
Don Francisco con sus tropas,
Mientras se oye entre las llamas
Gemir á la herida esposa.
_____
En castillo inexpugnable,
En invencible castillo
Se ha tornado la iglesita
Del risueño Nenecuilco,
Que entre árboles se divisa
A la orilla del camino
De do á Mapaxtlan se mira
De sementeras circuido.
Allí resuelto esperaba
A Moreno don Francisco
Ayala, con catorce hombres
Y sus dos valientes hijos.
Eran más de cuatrocientos
Los feroces enemigos,
Que embisten, como jauría
De mastines atrevidos,
Al noble toro que, inmóvil,
Y silencioso y erguido,
Les desprecia si están lejos,
De cerca les da castigo.
Garcilaso, que á Moreno
Con los suyos se ha reunido,
Se enronquece frente al templo
Dando del asalto gritos;
Mas, como se desbarata
Contra el muro el torbellino,
Y como los chorros de agua
Se rompen formando rios
Al chocar contra las peñas
En desordenados giros,
Así mira á los serviles
La iglesia de Nenecuilco,
Perdiendo con cada empuje
Parte del bélico brío.
Así dolientes cruzaron
Horas diez por aquel sitio,
Dejando espanto en el aire
Y el suelo de sangre tinto,
Cuando, al fin, desesperado,
Y resuelto, y decidido,
A terminar con la muerte
De los suyos el suplicio,
Como el león acosado
En su guarida, con ímpetu
Va á abandonarla, y lo anuncian
Su embestida y sus rugidos,
Resuelto Ayala les grita:
“Ya salgo, esperad, bandidos,”
Y se presenta tan grande,
Tan audaz, tan decidido,
Como cuando entre las rocas
Suele saltar de improviso
Como ráfaga la llama
Del volcan enfurecido,
Imperando incontenible
Y anunciando el exterminio.
Los serviles, que esto vieron,
Se ahuyentan despavoridos,
Alas dándoles el miedo,
Espantados de sí mismos,
Estorbándoles el cuerpo,
Queriendo volverse espíritus.
_____
Y Ayala, con sus valientes
Y en medio de sus dos hijos,
Marcha en busca de Morelos,
Quien le recibe benigno.
Romance de Ayala y sus dos hijos
En apartado aposento
De la hacienda de Temilpa,
En limpio catre de lona
Y tras de blancas cortinas,
Está don Francisco Ayala
Presa de fiebre maligna.
Luchando por levantarse
Para perseguir realistas.
Al verle mudo é inerte,
¿Quién pensara, quien diría
Que era el mismo que tremendo
Blandió su espada temida
En Mapaxtlan, destrozando
A las fuerzas enemigas?
¿Quién que era el rayo terrible
Que en Nenecuilco teñida
Dejó en sangre la vereda
Que le abrió su espada invicta?
Triste se halla y silencioso,
Con dos hijos que le cuidan,
Y con cuatro amigos fieles
Que componen su familia..
De pronto se abre una puerta,
Y una voz despavorida,
Con tono inquieto de alarma
Y muy temblorosa grita:
“Alto, señor don Francisco,
“Señor don Francisco, arriba,
“Que aquí llegan los de Armijo
“Sedientos de vuestra vida,
“Como el Cura Matamoros
“Os trasmitió la noticia.”
Don Francisco, levantando
La cabeza, en voz tranquila,
“ Bien, aquí los esperamos,”
Indiferente replica,
Y se viste, y sosegado
Por una ventana mira.
“¡Hola! vienen los de Armijo
“Con infernal vocería.
“Ayala cierra las puertas,
Las refuerza y fortifica,
Y denodado y ardiente,
Para la lucha se alista.
Corriendo llega la tropa,
A España gritando vivas,
Y la lucha que comienza
Por momentos se encarniza.
Vése Ayala, cual leona
Con sus cachorros, y herida,
Presa de feroz jauría,
Que acomete y se retira,
Dejando rastros de sangre
Tras de cada tentativa.
Ayala mira á sus plantas,
Luchando con la agonía,
Dos de sus fieles amigos
Que quieren luchar y espiran.
La furia crece, las puertas
Crujen, despidiendo astillas;
Ayala alienta á sus hijos,
Y fijándoles la vista,
Advierte que con su sangre
Ambos perdieron las vidas.
A ellos apunta furioso,
Sólo un amigo tenia,
Y se levantaba erguido,
Como en bravo mar se mira
Alzándose la bandera
De una nave ya perdida.
Por fin, queda solo Ayala,
Y así temerario lidia.
Falta á sus armas el parque;
La espada empuña con ira…
En esto ceden las puertas,
La tropa se precipita,
Y al héroe ciñen cordeles,
Le ultrajan y martirizan.
Armijo marcha contento
Con una presa tan rica,
Y de San Juan en el pueblo
Que con Yautepec colinda.
Tras de belicosa farsa
Al prisionero fusila,
Y manda que su cabeza
Quede á un árbol suspendida,
Y también las de sus hijos
Que le forman compañía.
Y así, al resoplar el viento,
Las cabezas se movían
Cual buscándose; las gentes
Abandonaban la via,
Signándose, y maldiciendo
A los feroces realistas.
Fuente:
El romancero nacional por Guillermo Prieto.
México: Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1885.
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